El intenso vaho le impide ver a un palmo más allá de sus narices. Descalzo, el joven Lucius avanza por el suelo de mármol caliente entre risitas nerviosas y profundos suspiros que pronto derivan en intensos jadeos. Un calor asfixiante, como el que jamás había experimentado antes, hace que sienta algo parecido a un suave mareo. Para evitar caer de bruces, trata de aferrarse a una escultura que se encuentra a su derecha pero, al echar la mano, se percata de su error. No se trata de ninguna diosa desnuda en piedra, sino de una de carne y hueso que responde a la confusión del joven patricio con una mirada lasciva. Todavía avergonzado, su vista se empieza a acostumbrar al vapor y a la luz tenue de la gran estancia y empieza a distinguir cuerpos desnudos. Sobre una cama de mampostería, un hombre monta a horcajadas a una mujer de rasgos hispanos. Muy cerca, dos chicas jóvenes le están practicando una felación a un hombre gordo y barbudo y al borde de la piscina uno con hechuras de gladiador sodomiza a otro de rasgos delicados. En medio del lugar, rodeadas de un grupo de hombres que miran extasiados, dos chicas jóvenes subidas a un pedestal se intercambian caricias embadurnadas en aceites esenciales. Y en esas, Lucius, el joven Lucius, a duras penas puede disimular una erección bajo su toga.
Algo parecido a la sórdida primera visita del ficticio zagal romano puede experimentar el viajero de hoy al poner el pie en las termas suburbanas de Pompeya, reabiertas al público tras años cerradas a cal y canto. Bueno, dicho así, quizás la realidad pueda decepcionar un poco al turista que planea sus escapadas en función de las experiencias de alto voltaje que pueda llegar a acumular y contar en la oficina a su regreso. En realidad, la visita a los baños de la ciudad sepultada por la ira del Vesubio en el 79 d.C., no incluye vapor ni gente fornicando por las esquinas. Lo más caliente que encontrará el visitante se limita a una impresionante colección de frescos eróticos que jalonaban uno de los lugares más lujuriosos de la Roma imperial.
Las termas surburbanas de la antigua ciudad romana, que languidece entre escombros junto a Nápoles, se pueden visitar junto a diez nuevas domus, hasta ahora cerrada al turismo ante las graves carencias de personal de seguridad. Una vez remediado el asunto, contratados 30 nuevos agentes, los visitantes pueden volver a admirar el lugar, que alberga una calenturienta colección de pinturas eróticas, desplegadas ante la mirada del viajero atónito. Parejas, tríos y grupos practicando sexo, posturas rayanas en lo acrobático y otras perversiones decoran el espacio, como si se tratara de una suerte de Kamasutra romano.
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