Está en cartelera la película titulada “Monuments’ Men” que narra un episodio, poco conocido, ocurrido durante la II Guerra Mundial protagonizado por un batallón de hombres, formado por conservadores, restauradores e historiadores del arte, que se implican en la tarea de recuperar el ingente número de obras de arte expoliado por los nazis a particulares (especialmente a los judíos) y a las grandes instituciones culturales y religiosas de los países que invadieron.
Hablamos de miles de piezas robadas para nutrir el megalomaníaco museo del Führer o colgar en las residencias de los jerarcas del Reich. Hablamos de muchas obras de la vanguardia de entreguerras destruidas por considerarlas un arte degenerado (picassos, matisses, etc.). Y hablamos, sin duda, de una actuación planificada para destruir la identidad y la memoria de los otros, de los pueblos sometidos, cuando no aniquilados físicamente.
El caso es que este grupo de hombres de distintas nacionalidades, una mujer Rose Valland, responsable de un museo parisino y por supuesto, toda una red de seres anónimos –miembros de la resistencia y los mineros que volaron las bocas de las minas usadas como búnkeres para ocultar los objetos expoliados- lograron salvar buena parte de este inmenso legado cultural.
En los próximos meses una parte importante del legado andalusí custodiado por siglos en la ciudad de Tombuctú, la capital de Malí patrimonio de la Humanidad, viajará a España para ser digitalizado, después volverán a su ciudad donde han sobrevivido a los ataques de la intolerancia y los fanatismos gracias a sus heroicos custodios, que arriesgan su vida para preservar un legado histórico que es una parte fundamental de la memoria de la humanidad.
En el ya largo conflicto sirio se destruyen vidas y se destruye su historia: Alepo, Palmira, Damasco, ahora el castillo cruzado de Crac declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, suma y sigue.
En un momento de la película a la que antes nos referimos, el personaje que representa al presidente de Estados Unidos, Theodor Roosvelt, pregunta al profesor de Harvard, devenido en jefe de batallón, si alguna de esas obras puede valer una vida humana. A lo que éste responde alegando sobre los valores de la civilización que están en juego en la contienda que se está librando que son el resultado de esa larga historia plasmada esas obras secuestradas.
Como escribimos hace algún tiempo en estas páginas: El patrimonio cultural es la memoria de los pueblos. Un pueblo sin memoria es un pueblo sin identidad, sin dignidad, sin futuro. Los nazis parecían tenerlo claro y obraron en consecuencia.
Por eso en estos tiempos en que nos azotan vientos cruzados y nos acechan futuros inciertos, conviene no olvidarlo.