Con las mesas del menú del día ya recogidas, en el ‘Paquín’ tocaba tertulia. «Sí, mujer. La de Áurea, la recuerdo yo de cuando era pequeño». Los que viven en La Hermida saben muchas historias de cuevas y ayer era día para tirar de recuerdos. El desfiladero es un ‘Gruyer’ salpicado de entradas, galerías y cavidades. Huecos de pastores y de cabras, estantes de queso, refugio de críos curiosos… Lo que hasta hace poco no sabía nadie es que una de ellas guardaba un secreto que nadie ha revelado en unos 21.000 años. «Es aventurado», dicen los expertos a la hora de poner etiquetas, pero son ellos los que apuntan que, a bote pronto, el hallazgo tiene toda la pinta de ser «más antiguo que los bisontes de Altamira». «A la vista del primer signo, los referentes son conjuntos rupestres de cuevas de un periodo antiguo, premagdaleniense. Podría tener entre 20.000 y 28.000 años, lo que corresponde a lo que llamamos periodo gravetiense», explica Roberto Ontañón antes de volver a insistir en eso de que «es aventurado». El director de las Cuevas Prehistóricas de Cantabria tiene claro que esto requiere de tiempo y estudio. No hay prisa. Pero él y los pocos que ya los han visto -los especialistas entraron ayer por segunda vez- saben que el valor arqueológico de los signos rojos sobre las paredes es indudable. Algo que, curiosamente, nunca supo Áurea, la pastora que dio nombre a este lugar recóndito y que falleció hace ya años en la residencia de Potes. A ella solo le preocupaba que las cabras no se le fueran por el hueco. Que no cayeran, justo, donde está el gran tesoro de ‘su cueva’.
¿Y qué hay dentro? El gran signo casi brilla sobre una pared blanquecina y perfectamente lisa. Como un marco perfecto. La precipitación de una fina capa de calcita ha hecho su trabajo lento. Es una sucesión de pequeños círculos, una hilera que da forma a una figura vertical, alargada «hecha con pintura líquida aplicada con el dedo». Óxido de hierro. Es lo que vieron Manel Llenas y Raquel Hernández, vinculados al Espeleo Sabadell. Andaban ‘desatascando’ huecos. Retirando los muros que los pastores colocaron para evitar perder animales -el suelo está lleno de huesos-. Cuentan por el pueblo que los espeleólogos descubrieron la pintura al repasar una de sus propias fotografías. «Actuaron de acuerdo con la normativa y el sentido común, hicieron una foto y nos la enviaron al Museo de Prehistoria. Nada más ver la foto nos dimos cuenta de que el sitio tenía interés desde un punto de vista arqueológico», explica Ontañón.
Está, de hecho, en pleno desfiladero de La Hermida. A unos cuarenta metros de altura con respecto al nivel de la carretera que serpentea entre el río y los riscos. Dejando atrás Rumenes y el desvío a Cuñaba, pasando por el puente de pescadores que los de aquí llaman del Infierno. Pasar el puente y a la izquierda. Diez o veinte metros, no más. Allí está la base. Peñarrubia. «Es un día feliz. Ni nos lo creíamos cuando repetidas veces habíamos escuchado decir que no había hallazgos de este tipo en el desfiladero». El alcalde, Secundino Caso, estaba pletórico. «¿De verde?», preguntaba a los operarios que pintaban el cierre metálico que ayer mismo colocaron en la entrada de la cueva. «Todas van pintadas en este color», le decían los chicos, que ya saben lo que es trabajar cerca de las cuevas.
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