Cabo Mayor ofrece uno de los paisajes más estremecedores de Santander, con el mar al norte, infinito, y las siluetas de las montañas pasiegas al sur. Pero este enclave de postal, donde uno se ve obligado a mirar al horizonte, fue antes que nada una fuente de recursos marinos, una atalaya rodeada de leyendas y un baluarte defensivo en tiempo de guerra.
MIRANDO AL MAR. Un emplazamiento estratégico desde la Prehistoria hasta nuestros días’ es un itinerario que sigue las huellas que dejaron los primeros pobladores de esos acantilados que hoy conocemos como Cabo Mayor y Cabo Menor. Se trata de un paseo comentado por la historia de este hermoso rincón de Santander, donde numerosos elementos del patrimonio cultural transmiten un relato de supervivencia junto al mar.
El itinerario comienza en el mirador sobre la playa de Mataleñas, desde donde se observa Cabo Menor. En los alrededores se han encontrado varios yacimientos arqueológicos, algunos de gran extensión, como el de la propia playa de Mataleñas o los del Faro de Bellavista Sur y Faro de Bellavista Este que encontramos de camino hacia la punta de Cabo Mayor. En todos ellos se han identificado numeroso instrumental de sílex y otros materiales, que nos indican una intensa actividad humana relacionada con la explotación de los abundantes recursos alimenticios y las materias primas existentes en la zona, al menos desde época neolítica.
Además de una fuente de recursos, Cabo Mayor es un emplazamiento geográfico clave en la morfología de la península sobre la que se asienta Santander y, como tal, muchos acontecimientos históricos que han afectado a la ciudad han dejado aquí su huella física o inmaterial.
Para la mayoría de los santanderinos y los visitantes, éste es el lugar donde está el Faro, el gran haz de luz que en los últimos dos siglos orientó a los barcos que se dirigían al puerto de la ciudad y, al tiempo, un mirador privilegiado para seguir la sinuosa línea de costa y para contemplar la lejana línea del horizonte.
Sin embargo, esta ruta hace hincapié en el carácter estratégico de este emplazamiento desde varias perspectivas y en distintos momentos históricos a través del patrimonio material que se conserva en el entorno y de las leyendas, crónicas y recuerdos que nos han llegado desde el pasado a través de la memoria de los que habitaron estos parajes.
Cabo Mayor ha sido en los últimos siglos un lugar estratégico desde el punto de vista defensivo. Tanto los conflictos bélicos del siglo XIX (Guerra de la Independencia y Guerras Carlistas) como los del XX (Guerra Civil) llevaron a la construcción en esta zona de fortificaciones para defender la ciudad y su puerto de los ataques enemigos.
Lo que hoy se conoce como mirador de Cabo Mayor y que parece una construcción circular pensada para sentarse a contemplar el paisaje es en realidad la base de una barbeta sobre la que se anclaba uno de los cañones que componen las fortificaciones del lugar.
A unos metros de allí sigue en pie una casamata, cerrada por gruesos muros de hormigón y techo plano, que contaba con cuatro vanos cuadrangulares y abocinados hacia el exterior para favorecer el disparo de los cañones. Una segunda barbeta al oeste cierra la línea de tres fortificaciones que se conservan sobre la cresta del acantilado de Cabo Mayor.
Una parte de estas estructuras se levantó a lo largo de la primavera de 1937, poco antes de que Santander fuera tomada por las tropas sublevadas, por lo que existen dudas sobre qué bando edificó las barbetas y uno de los polvorines excavados en la cara sur de la loma: las autoridades republicanas o las tropas sublevadas una vez tomada la ciudad.
Desde la punta de Cabo Mayor hacia el interior, tras recorrer y conocer los detalles de las estructuras defensivas que aún vigilan el mar, los pasos conducen hacia el Faro de Cabo Mayor. Allí la historia obliga a retroceder hasta el siglo XVIII, cuando el promontorio natural se convirtió en el Atalayón desde el que se observaban las condiciones del mar y emitían las señales a las embarcaciones para asegurar la salida y entrada a puerto. Los atalayeros se ayudaban de banderas durante el día y fuegos por la noche. Una misión en la que destacaron los ‘falaganes’, llamados así por su procedencia irlandesa en un claro deterioro de la pronunciación de su apellido original: Flanagan.
El oficio de atalayero fue decayendo cuando se construyó el faro de petróleo y aquellos hombres acostumbrados a mirar al mar pasaron a trabajar en la pesca. Muchos de ellos se instalaron en los terrenos de Monte, La Maruca y San Pedro del Mar.
La construcción del Faro de Cabo Mayor fue aprobada por una Real Orden de 1833. El 15 de agosto de 1839 empezó a funcionar según el proyecto del ingeniero Felipe Bauzá, cuyo edificio ha llegado hasta la actualidad sin más modificaciones que los avances técnicos desarrollados en el tiempo transcurrido desde su construcción. El petróleo dio paso en 1924 a la electricidad y a mediados del siglo XX se instaló el servicio de radiofaro.
La ruta finaliza a los pies de este gigante de piedra que guía desde hace casi dos siglos a los marineros que buscan el abrigo de la bahía de Santander.